“Damas y caballeros, se presenta ante ustedes la persona con más experiencia en el mundo en descubrir placas conmemorativas”, solía decir Felipe de Edimburgo en los últimos actos oficiales, antes de retirarse de la vida pública en 2017 para atender su salud. Tenía 96 años y siete décadas junto a Isabel II en ese momento.
De un reconocido sentido del humor, el príncipe consorte bromeaba con su figura aparentemente protocolar dentro de la monarquía británica. Pero, puertas adentro, fue una voz de mando reconocida y respetada.
“Felipe, duque de Edimburgo, cierra el ciclo más largo de servicio de un consorte. El príncipe Felipe dedicó su vida a la reina y al servicio público, desde su cumplimiento del deber en la Marina Real durante la Segunda Guerra Mundial hasta su retiro de la vida pública”, apunta Cecilia Saleme, profesora de Inglés de la UNT y doctora en Humanidades. Sin embargo, más allá de su rol en las cuestiones públicas, su verdadero “trabajo” habría sido mantener dentro de los carriles de las costumbres a la familia real, una tarea que, claro está, compartía con su esposa.
“Felipe fue una figura relevante. Fue un auténtico jefe de familia que se ocupaba de del comportamientos de la familia real, que recordemos que no se compone sólo del núcleo central, sino que es una familia bastante extendida, y que debe seguir ciertos estándares de la vida pública. De ningún modo se trata de un adorno de la reina. Y, teniendo en cuenta que hablamos de una sociedad patriarcal, el marido de la soberana tiene un peso que no sé si se equipara al de la esposa de un rey...”, expone por su lado Patricia Kreibohm, docente de Historia Contemporánea.
Mientras la reina se ocupaba de las cuestiones del Estado, el consorte seguía los pasos de los miembros de una familia que no ha escatimado en escándalos y en salidas del protocolo.
Kreibohm compara la figura de Felipe con la de esos abuelos que hasta el último de sus días gozan de la autoridad sobre hijos y nietos. “Sobre todo en las situaciones de crisis, esas figuras constituyen la voz de la experiencia y ellas recurren para indiquen el camino por dónde seguir”, sostiene.
Reconocimiento
Con todos sus vaivenes, Felipe de Edimburgo contribuyó a estas casi siete décadas de estabilidad institucional y monárquica en Reino Unido. Ese reconocimiento se lo dieron tanto el gobierno de Boris Johnson como todos los partidos de la oposición, que le rindieron tributo a su figura y a su vida de servicio al país.
“Contribuyó a dirigir a la familia real y a la monarquía para que permanecieran como instituciones indisputablemente clave para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional”, señaló el actual primer ministro.
Si bien su muerte no afecta la sucesión al trono porque (siguen en el orden de herederos el príncipe Carlos de Gales, luego su hijo, el príncipe Guillermo y su nieto, el príncipe Jorge), queda la duda de quién ocupará ese lugar que deja vacío Felipe en tareas que difícilmente puedan ser cubiertas por la reina.
“Cuesta creer que lo ocupe Carlos, que si bien tiene cierta participación activa, no es precisamente una persona muy afecta a los protocolos y es más bien excéntrico. Por lo demás, está casi descartado que Isabel continúe hasta sus últimos días, recordemos que ellos, a diferencia de las monarquías vecinas donde los mayores dieron un paso al costado para ceder la corona a las nuevas generaciones, han defendido siempre la idea de que se debe morir en el reinado”, finalizó Kreibohm.
Cuál fue su participación en la segunda gran guerra
En toda semblanza y en los homenajes que se rindieron tras la muerte de Felipe de Edimburgo, es su participación en la Segunda Guerra Mundial uno de los temas recurrentes. En ese momento, conocido como Felipe “El Griego” por su tierra natal (era miembro de la exiliada familia real de Grecia y Dinamarca), se desempeñaba como oficial de la Marina Real británica. Durante la noche del 28 de marzo de 1941, Felipe de Grecia integraba las filas de marines a bordo del acorazado HMS Valian. Su rol esa noche fue manejar los reflectores del navío durante la batalla contra la Armada italiana, que sufrió de bajas considerables en cabo Ténaro, al sur del Peloponeso.